lunes, 27 de abril de 2015

La (maldita) zona de confort

¡Hola!

Antes de nada, y para que no haya confusiones: en este artículo no voy a hablar sobre qué es la zona de confort. No voy a entrar en definiciones teóricas. No voy a explicar lo que es. Ya hay mucho escrito sobre ello, y lo tenéis a un Googleo de distancia. Es más, si de verdad queréis una definición (porque no sepáis lo que es, o porque os suene el término pero no lo tenéis muy claro), otros ya lo han hecho antes que yo, y posiblemente mejor. De hecho, para quien quiera verlo, dejo a continuación un vídeo que lo explica de forma muy clara. Y, además, tiene dibujitos y está narrado por Miguel Ángel “Samuel L. Jackson” Jenner, cuya voz es bastante más chula que la mía.


Bien, y si este video lo explica tan bien… ¿Por qué hablo de la zona de confort? ¿Con qué objetivo? Fácil: para invitarte a salir de ella, pero invitarte de verdad. Sigue leyendo.

No es broma. Coge un papel y un bolígrafo, o un lápiz, o abre un nuevo documento de Word, pero apunta.

¿Qué quieres lograr en tu vida? ¿Quieres tener relaciones personales enriquecedoras y duraderas? ¿Quieres ser un buen profesional? ¿Quieres viajar y conocer otras culturas? En resumen: ¿Qué es lo que de verdad valoras? ¿Qué quieres hacer con el tiempo que tienes? Piensa sobre ello. Y cuando lo tengas, apúntalo. No hay prisa.

Ahora, piensa y apunta: ¿Cuánto tiempo y esfuerzo dedicas a lograr esas metas, a perseguir las cosas que quieres? ¿De verdad haces algo para acercarte a ellas?

No te preocupes si se te queda esta cara al pensar en ello: es lo más normal del mundo.

Es posible que tu vida pase entre trabajo, compromisos varios y otras cosas que consumen tu tiempo, que no dediques tiempo y esfuerzo a aquello que valoras. No pasa nada. A todos nos ocurre en mayor o menor medida. Por Dios, a mucha gente le pasa la gran mayoría del tiempo. Los cementerios están llenos de sueños sin realizar, proyectos que nunca se llevaron a cabo, libros que nunca se escribieron… Es una putada, y de las gordas.

La buena noticia es que estás a tiempo de cambiar,  lo que conlleva que contestes a la siguiente pregunta: ¿Qué vas a hacer de hoy en adelante para perseguir aquello que te importa? Apunta aquellas cosas que puedes hacer en tu día a día para acercarte a aquello que valoras.

Para que todo esto resulte, voy a pedirte que respondas a otra pregunta más. Apunta: “¿Qué es lo que me impide, en mi día a día, hacer cosas que me acerquen a aquello que me importa?”.
Escribe todo aquello que te impide hacer aquello que quieres, ya sean barreras externas (trabajo, responsabilidades familiares…) como internas (pensamientos del tipo “no tengo tiempo para esto” o “no puedo hacerlo”, sentimientos como el miedo o la ansiedad). Es importante que las identifiques y apuntes claramente. No hay prisa.

¿Has terminado? Perfecto. A continuación, piensa y apunta: ¿Qué puedes hacer para que estas barreras no te impidan hacer lo que tienes que hacer? Puede que apagar el teléfono de empresa al salir de la oficina te ayude a desconectar, o que alguien pueda ayudarte con otras responsabilidades, o lo que sea (piensa en tus opciones y apunta).

Es posible que estés un poco harto de todo esto. Para compensarte, aquí tienes a Ralph hurgándose la nariz.

En cuanto a tus pensamientos y sentimientos… siento decirte que no puedes hacer nada para que se vayan. Si estás ansioso, lo estás; si piensas “no puedo hacerlo”, no se va a ir porque tú quieras. No intentes cambiar eso. Lo sé, es una mierda. Pero así es la mente humana. ¿Sabes cuál es la parte buena? Que los pensamientos y sentimientos no son físicos, no tienen brazos para agarrarte por muy atenazado que te hagan sentir. Puedes sentirte como sea y pensar lo que sea, y aun así puedes hacer lo que elijas hacer. ¿Difícil? Mucho. ¿Posible? También. Es algo que hay que trabajar, ya que nadie nos ha preparado para ello y no estamos acostumbrados a hacerlo, pero se puede hacer.

Por último, vuelve a las cosas que puedes hacer en tu día a día para alcanzar aquello que te importa y ponles fecha. Hazles un hueco en tu agenda. Decide cuándo las vas a hacer, o no las harás. ¿Tienes miedo de hacerlas mal? Perfecto. Hazlas igualmente. El primer paso para ser muy bueno en algo es ser muy malo en algo. ¿Prefieres hacer las cosas mal y aprender de tus errores, o no hacerlas y no aprender nunca por no sentirte fracasado? En tu mano queda.

Una decisión difícil, qué duda cabe.

Si has leído hasta aquí y has seguido los pasos que he descrito, genial. Ahora es hora de pasar a la acción. Todo esto no sirve de absolutamente nada si no haces aquello que te has propuesto. El sentido de planear cosas que hacer es, efectivamente, hacerlas. Es posible que te sientas mal, o que pienses que no puedes hacerlo. Eso es buena señal, significa que estás saliendo de tu zona de confort y que estás avanzando en una dirección que valoras. Y, si permites que esos pensamientos y sentimientos te acompañen sin impedirte hacer lo que quieres, estarás más cerca de vivir una vida que, para ti, sea valiosa.

Para terminar, si tienes dudas al respecto, quieres más información, te bloqueas en alguna parte del proceso y no consigues hacer aquello que quieres, o lo haces y simplemente quieres contarme cómo ha ido y cómo piensas seguir avanzando hacia aquello que quieres, te invito a que me escribas a jorgereina@aecsb.org y hablemos al respecto sin compromiso.

¡Saludos!

lunes, 13 de abril de 2015

Cuatro razones para no callarte tus críticas constructivas



¡Hola!

Seguro que alguna vez te has visto en una situación en la que te has callado una crítica para no herir u ofender a alguien. Es normal, a todos nos pasa; por mucho que nuestra intención sea ayudar, nos resulta muy desagradable criticar, decirle a alguien algo que pueda hacerle daño, ya sea porque sabemos que le va a hacer sentir mal o porque su reacción hacia nosotros sea hostil.


No intentes decirle nada sobre su pelo. Matará a tu familia.

Debemos asumir algo: cuando hagamos una crítica constructiva, es altamente probable que esto ocurra. La persona criticada se sentirá fatal. Probablemente incluso pase al terreno de los ataques personales; resumiendo, hacer críticas constructivas nos va a hacer pasarlas canutas.

¿Por qué hacerlas, entonces? ¿Por qué no simplemente callarnos y vivir tranquilos? Porque cuando alguien que nos importa hace algo que no está bien (o que podría estar mucho mejor), una crítica honesta y enfocada a ayudarla a mejorar es lo mejor que podemos darle. La tendencia a no criticar, a no corregir, y a resaltar únicamente lo bueno, trae a la larga más problemas de los que resuelve, y a continuación intentaré darte motivos para no callarte tus críticas constructivas:

1-   La crítica ayuda a las personas a no estancarse

La falta de críticas es perniciosa para el desarrollo personal, así de simple. ¿No te has visto alguna vez en una situación en la que, tras hacer/crear/etc. algo de lo que te sientes orgulloso, has escuchado entre las alabanzas una voz que te critica? Seguro que sí, y seguro que no te sentó bien; pero esa voz que te criticó fue a su vez la que te impulsó a mejorar, aunque sólo fuera por callarle la maldita bocaza. ¿Me equivoco?


¡En tu cara!

Si no recibiéramos críticas, nos acomodaríamos y nos estancaríamos tendiendo a la más absoluta mediocridad, y eso sólo trae más problemas, como expongo a continuación.

2-      La ausencia de críticas contribuye a la aparición de problemas emocionales…

Las personas que están acostumbradas a recibir únicamente elogios pueden acabar por desarrollar lo que se conoce como “baja tolerancia a la frustración”. ¿Que qué es eso? Pues lo que su nombre indica: ante una situación mínimamente frustrante, la persona reacciona de forma exagerada, ya sea entristeciéndose o enfureciéndose. En otras palabras, tras estar desde siempre acostumbrado a los elogios, cualquier crítica sienta a la persona como una patada en sus partes.


¡Ay, mis sentimientos!

Después de esto, la reacción depende de la persona: unos se entristecerán y pasarán de golpe a pensar que no valen nada y a hundirse en la miseria, mientras que otros reaccionarán con furia visigoda y pillarán un cabreo de tres pares de narices, insultos y descalificaciones incluidos. Así de extremas pueden llegar a ser las reacciones ante una crítica por parte de una persona que no está acostumbrada a encajarlas, lo que puede desembocar en un deterioro de sus relaciones sociales, lo cual origina más problemas emocionales y así sucesivamente. Todo porque no les han enseñado algo a priori tan simple como el hecho de que no son perfectos.

3-      …Y convierte a las personas en idiotas egocéntricos

Teniendo en cuenta que estamos hablando sobre personas que no reciben críticas, no es raro plantear el hecho de que algunos de ellos se crean entes superiores al resto de los mortales, ya que si nadie les dice nada malo, por algo será, ¿no?
No todo el mundo llega a esos extremos, cierto; pero existen. Y tienen su propia forma particular de enfrentarse a las críticas: descalificando a la persona que las hace, ya sea atribuyéndolo a la envidia (porque son perfectos, ¿quién no les envidiaría?), a que quien critica es un inculto que no tiene ni idea, etc. Y así siguen en su burbuja.


-          Quizá cortarse el brazo no sea el mejor modo de librarte de esas esposas…

-          Calla, ¿Qué sabrás tú? Soy un genio incomprendido

¿Qué pasa aquí? Que estas personas son impermeables a la crítica, no piensan que puedan o deban superarse, y por lo tanto no se esfuerzan en hacerlo. Nunca llegarán a dar lo mejor de sí mismos porque sólo aceptan los elogios y desechan las críticas, por constructivas que sean. Es por eso que… 

4-      Si sólo te dedicas a alabar, en realidad no ayudas a nadie.

Volvamos al ejemplo del primer punto, esa voz que te criticó aquella vez y te impulsó a mejorar. Mirándolo en retrospectiva, te ayudó más que ningún otro, ¿no?
Pues a eso quería llegar: las alabanzas en su justa medida son reconfortantes, nos ayudan a nosotros mismos y a los demás a sentirnos satisfechos y a seguir esforzándonos; pero si no van acompañados de críticas constructivas, estaremos contribuyendo a que se den los problemas de los que hablábamos antes, por mucho que la intención no vaya más allá de no hacer pasar un mal trago a la persona con la que estamos hablando. Es por ello que, si de verdad quieres ayudar a alguien, lo mejor que puedes hacer es elogiar lo que ha hecho bien y señalar aquellos aspectos en los que tiene margen de mejora, aunque no sea un tema agradable; le haces más bien así que haciéndole la pelota.


Y así, niños,  es como acaban los pelotas

Creo que, con todo esto, ya he dejado clara mi postura. Si alguien tiene alguna crítica o está en desacuerdo con algo de lo expuesto, le invito a dejarme un comentario y decirme lo que piensa al respecto :)

¡Saludos a todos!

jueves, 9 de abril de 2015

Mitos sobre la Inteligencia Emocional (2)

¡Hola a todos!
Continuando con el anterior post, voy a hablaros sobre algunos mitos más que existen sobre la Inteligencia Emocional a la vez que ahondamos un poco más sobre como gestionar eficazmente nuestras emociones ¡Vamos a ello!

Enfadarse está mal

Está claro que en la sociedad moderna el enfado es un tabú, una emoción con muy mala prensa, típica de energúmenos y maleducados. Y es que los días de la Edad de Piedra quedaron atrás hace mucho, ¿verdad? Sentir enfado no es propio de personas civilizadas… o al menos eso es lo que nos han grabado en el cerebro a martillo y cincel. Por eso choca tanto cuando descubres que todas estas concepciones sobre el enfado son una gran mentira.

 ¡¡¿¿CÓMOOOOOOORRRLLL??!!

La ira, el enfado, la furia, el cabreo, o como queramos llamarlo, es una emoción intensa, fea y muy desagradable de experimentar. Hasta ahí, todos de acuerdo. Que tu reacción al enfadarte con alguien sea insultar a esa persona (y a todos sus familiares, vivos o no) a voz en grito o practicar la grulla de Karate Kid con su cara es, cuanto menos, reprobable. Muy bien. Pero el enfado está ahí por algo y, como ya he comentado anteriormente en este blog, todas las emociones sirven a una función. Independientemente de lo agradable o desagradable que sea experimentarlas.

 Repito: se desaconseja gestionar el enfado mediante patadas al prójimo.

La razón por la que el enfado resulta tan áspero es meramente evolutiva; necesita serlo para incitarnos a actuar, ya que si fuese llevadero nunca haríamos nada al respecto. Simplemente no sería necesario. Es por ello que cuando percibimos un trato injusto o alguien traspasa ciertos límites con nosotros, el enfado que esto produce nos incita a actuar. Ante esto, la agresión no parece ser la mejor respuesta, ya que las consecuencias que podría traer harían que el remedio fuese peor que la enfermedad; tampoco parece que suprimir el enfado sea una opción, ya que como ya vimos en el anterior post sobre mitos, reprimir o contener una emoción, además de resultar cognitiva y emocionalmente agotador, es inútil, puesto que dicha emoción no se va a ir si luchamos contra ella.

¿Qué podemos hacer entonces? Comunicarnos. Hacer saber a la otra persona, desde el respeto, que las acciones concretas que realiza y que provocan nuestro enfado tienen un impacto negativo sobre nosotros y sobre la relación; de esta manera, la otra persona podrá ser consciente de la situación y será posible entablar un diálogo en el que se busquen soluciones. Eso sí, hay que aclarar que esto puede ser más productivo cuando el enfado es leve o moderado; no intentemos hacer esto si nuestro enfado es muy intenso, ya que la situación se nos puede ir fácilmente de las manos. Es mejor hacer como con las tartas: dejarlas enfriar un poquito antes de comerlas para no escaldarnos.

 Mmmm... tartaaaa

El miedo no sirve para nada y hay que vencerlo

Aún a riesgo de resultar repetitivo y cansino, lo diré otra vez: ninguna emoción es inútil ni ilícita. Todas ellas están ahí por algo, cumplen una función y no hay nada de malo en sentirlas. En el caso del miedo, surge como respuesta a una amenaza (real o no) y nos incita a evitar o huir de dicha amenaza; en otras palabras, es la emoción que nos ha salvado a lo largo de la historia de ser devorados por animales salvajes o de abrir la puerta a los testigos de Jehová.

 ¡No abras! Creo que no se ha dado cuenta de que estás aquí. Ya se irá...

Por supuesto, el exceso de miedo y la evitación de situaciones que no son de por sí peligrosas (hablar en público, salir a la calle, etc.) suponen un lastre en nuestro día a día y nos limitan a la hora de realizar actividades y llevar una vida plena; pero una ausencia total de miedo nos conduciría a actuar de forma inconsciente y sin valorar los riesgos. Hay una fina línea que separa la valentía de la inconsciencia.

 Irte a acampar en plena naturaleza: medianamente valiente.
Hacerlo sin provisiones, ni teléfono, ni material, ni conocer el terreno: inconsciente. De cojones.

Entonces, ¿qué sería lo más apropiado en términos de utilidad? Probablemente sería darnos cuenta de cuando sentimos miedo y aceptarlo; una vez hecho esto, podremos tomar perspectiva, analizar qué ha desencadenado ese miedo (ya sea una situación, un pensamiento o cualquier otra cosa) y decidir si está justificado y en qué grado, para poder tomar decisiones y medidas basándonos en esa valoración.

Tengo que usar la razón cuando siento una emoción muy intensa

Pues suerte con eso; cuando sentimos emociones muy intensas, nuestro nivel de activación fisiológica es tal que razonar se vuelve misión imposible. Nuestros recursos cognitivos están ocupados por dicha emoción y literalmente “no damos para más” en ese momento, menos aún para pensar con perspectiva; si acaso, lo que pensemos en ese momento estará fuertemente mediatizado por esa emoción y, en consecuencia, no será realista y contendrá un alto grado de distorsión de la realidad.

Si recuerdas lo que hemos explicado más arriba sobre el enfado, supondrás que la solución más adecuada en este caso es aceptar y dejar estar contigo esa emoción hasta que baje su intensidad, para después poder decidir qué hacer al respecto sin que tus sentimientos te cieguen. Recuerda: deja enfriar la tarta antes de morderla.

Otra vez con las tartas... eso me pasa por escribir con hambre

Podemos y debemos esforzarnos por controlar siempre nuestras emociones

¿Acaso no has leído todo lo anterior? Aceptar, escuchar y gestionar sí. Controlar NO.


Y hasta aquí la ración de hoy de mitos sobre la Inteligencia Emocional. ¡Próximamente más!
Saludos.